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sábado, 12 de novembro de 2011

Ata de São Justino e companheiros (165 d.C.)




Venidos ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino
—En primer lugar, cree en los dioses y obedece a los emperadores.



San Justino

Justino respondió:
- Lo irreprochable, y que no admite condenación, es obedecer a los mandatos de nuestro Salvador Jesucristo.

El prefecto Rústico dijo:
- ¿Qué doctrina profesas?

Justino respondió:
- He procurado tener noticia de todo linaje de doctrinas; pero sólo me he adherido a las doctrinas de los cristianos, que son las verdaderas, por más que no sean gratas a quienes siguen falsas opiniones.

El prefecto Rústico dijo: 
-¿Con que semejantes doctrinas te son gratas, miserable?

Justino respondió:
- Sí, puesto que las sigo conforme al dogma recto.

El prefecto Rústico dijo:
- ¿Qué dogma es ése?

Justino respondió:
- El dogma que nos enseña a dar culto al Dios de los cristianos, al que tenemos por Dios único, el que desde el principio es hacedor y artífice de toda la creación, visible e invisible; y al Señor Jesucristo, por hijo de Dios, el que de antemano predicaron los profetas que había de venir al género humano, como pregonero de salvación y maestro de bellas enseñanzas.
Y yo, hombrecillo que soy, pienso que digo bien poca cosa para lo que merece la divinidad infinita, confesando que para hablar de ella fuera menester virtud profética, pues proféticamente fue predicho acerca de éste de quien acabo de decirte que es hijo de Dios. Porque has de saber que los profetas, divin-mente inspirados, hablaron anticipadamente de la venida de Él entre los hombres.


El prefecto Rústico dijo:
- ¿Dónde os reunís?

Justino respondió:
- Donde cada uno prefiere y puede, pues sin duda te imaginas que todos nosotros nos juntamos en un mismo lugar. Pero no es así, pues el Dios de los cristianos no está circunscrito a lugar alguno, sino que, siendo invisible, llena el cielo y la tierra Y en todas partes es adorado y glorificado por sus fieles.
 

El prefecto Rústico dijo:
- Dime donde os reunís, quiero decir, en qué lugar juntas a tus discípulos.

Justino respondió:
- Yo vivo junto a cierto Martín, en el baño de Timiolino, Y ésa ha sido mi residencia todo el tiempo que he estado esta segunda vez en Roma. No conozco otro lugar de reuniones sino ése. Allí, si alguien quería venir a verme, yo le comunicaba las palabras de la verdad.

El prefecto Rústico dijo:
- Luego, en definitiva, ¿eres cristiano?
Justino respondió:
- Sí, soy cristiano. 

El prefecto Rústico dijo a Caritón:
- Di tú ahora, Caritón, ¿también tú eres cristiano?

Caritón respondió:
- Soy cristiano por impulso de Dios.

El prefecto Rústico dijo a Caridad:
- ¿Tú qué dices, Caridad?

Caridad respondió:
- Soy cristiana por don de Dios.

El prefecto Rústico dijo a Evelpisto:
- ¿Y tú quién eres, Evelpisto?

Evelpisto, esclavo del César, respondió:
- También yo soy cristiano, libertado por Cristo, y, por la gracia de Cristo, participo de la misma esperanza que éstos.
 

El prefecto Rústico dijo a Hierax:
- ¿También tú eres cristiano?

Hierax respondió:
- Sí, también yo soy cristiano, pues doy culto y adoro al mismo Dios que éstos.

El prefecto Rústico dijo:
- ¿Ha sido Justino quien os ha hecho cristianos?

Hierax respondió:
- Yo soy de antiguo cristiano, y cristiano seguiré siendo. Mas Peón, poniéndose en pie, dijo:
- También yo soy cristiano.

El prefecto Rústico dijo:
- ¿Quién te ha enseñado?

Peón respondió:
- Esta hermosa confesión la recibimos de nuestros padres.

Evelpisto dijo:
- De Justino, yo tenía gusto en oír los discursos: pero el ser cristiano, también a mí me viene de mis padres.

El prefecto Rústico dijo:
- ¿Dónde están tus padres?

Evelpisto respondió:
- En Capadocia.

El prefecto Rústico le dijo a Hierax:
- Y tus padres, ¿dónde están?

E Hierax respondió diciendo:
- Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre la fe en Él; en cuanto a mis padres terrenos, han muerto, y yo vine aquí sacado a la fuerza de Iconio de Frigia.

El prefecto Rústico dijo a Liberiano:
- ¿Y tú qué dices? ¿También tú eres cristiano? ¿Tampoco tú tienes religión?

Liberiano respondió:
- También yo soy cristiano; en cuanto a mi religión, adoro al solo Dios verdadero.

El prefecto dijo a Justino:
- Escucha tú, que pasas por hombre culto y crees conocer las verdaderas doctrinas. Si después de azotado te mando cortar la cabeza, ¿estás cierto que has de subir al cielo?

Justino respondió:
- Si sufro eso que tú dices, espero alcanzar los dones de Dios; y sé, además, que a todos los que hayan vivido rectamente, les espera la dádiva divina hasta la conflagración de todo el mundo.

El prefecto Rústico dijo:
- Así, pues, en resumidas cuentas, te imaginas que has de subir a los cielos a recibir allí no sé qué buenas recompensas.

Justino respondió:
- No me lo imagino, sino que lo sé a ciencia cierta, y de ello tengo plena certeza.

El prefecto Rústico dijo:
- Vengamos ya al asunto propuesto, a la cuestión necesaria y urgente. Poneos, pues, juntos, y unánimemente sacrificad a los dioses.

Justino dijo:
- Nadie que esté en su cabal juicio se pasa de la piedad a la impiedad.

El prefecto Rústico dijo:
- Si no obedecéis, seréis inexorablemente castigados.

Justino dijo:
- Nuestro más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo para salvarnos, pues este sufrimiento se nos convertirá en motivo de salvación y confianza ante el tremendo y universal tribunal de nuestro Señor y Salvador.
En el mismo sentido hablaron los demás mártires:
- Haz lo que tú quieras; porque nosotros somos cristianos y no sacrificamos a los ídolos.

El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Los que no han querido sacrificar a los dioses ni obedecer al mandato del emperador, sean, después de azotados, conducidos al suplicio, sufriendo la pena capital, conforme a las leyes».
Los santos mártires, glorificando a Dios, salieron al lugar acostumbrado, y, cortándoles allí las cabezas, consumaron su martirio en la confesión de nuestro Salvador. Mas algunos de los fieles tomaron a escondidas los cuerpos de ellos y los depositaron en lugar conveniente, cooperando con ellos la gracia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.
(BAC 75, 311-316)



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